30 Ene La mariposa que jamás voló
Cuenta una vieja historia que un hombre encontró el capullo de una mariposa tirado en el camino.
Pensó que allí corría peligro, entonces, la llevó hasta su casa para proteger esa pequeña vida que estaba por nacer. Al día siguiente se dio cuenta de que el capullo tenía un orificio diminuto. Entonces se sentó a contemplarlo y pudo ver cómo había una pequeña mariposa luchando para salir de allí.
El esfuerzo del pequeño animal era titánico. Por más que lo intentaba, una y otra vez, no lograba salir del capullo. Llegó un momento en que la mariposa pareció haber desistido. Se quedó quieta. Era como si se hubiera rendido.
Entonces el hombre, preocupado por la suerte de la mariposa, tomó unas tijeras y rompió suavemente el capullo, a lado y lado. Quería facilitarle al animalito la salida. Y lo logró. La mariposa salió por fin. Sin embargo, al hacerlo, tenía el cuerpo bastante inflamado y las alas eran demasiado pequeñas, parecía como si estuvieran dobladas.
El hombre esperó un buen rato, suponiendo que se trataba de un estado temporal. Imaginó que pronto, la mariposa extendería sus alas y saldría volando. Pero eso no ocurrió. El animal permanecía arrastrándose en círculos y así murió.
El hombre ignoraba que la lucha de la mariposa para salir de su capullo era un paso indispensable para fortalecer sus alas. En ese proceso, los fluidos del cuerpo del animal pasaban a las alas y era así como se convertía en una mariposa lista para volar.
MORALEJA: Se puede decir que esta historia nos hace reflexionar sobre la solidaridad y hasta donde es bueno ayudar. Las preguntas serían:
- ¿Siempre es bueno ayudar?
- ¿Bajo cualquier circunstancia?…
En lo personal estoy convencido que no. Por ejemplo, ayudar sin que alguien lo haya pedido, o realizar esfuerzos gigantescos por otros, puede transformar la virtud en un gran error.
Si intervenimos excesivamente en el desarrollo de quienes nos rodean, sin que ellos hagan esfuerzo alguno por conseguir sus objetivos, podemos contribuir a que jamás extiendan sus alas, y en consecuencia, habremos forjado personas dependientes, pasivas y egoístas, que luego nos reclamarán “sus derechos adquiridos”, porque sienten que “les corresponde”, en consecuencia pensarán que son víctimas y se transformarán en nuestros victimarios. De hecho seremos ambos, ellos y nosotros, las dos cosas a la vez.
Colaborar con alguien no significa adoptarlo de por vida. La solidaridad bien entendida requiere de saber brindar una ayuda concreta y no de extender contratos de apoyo en forma indefinida.
Esto que estamos afirmando debe ser comprendido y aplicado no solo para con la sociedad toda, sino también, para con nuestros seres queridos. Especialmente con nuestros hijos.
No seamos cómplices de formar a personas con mentalidad de «victima», porque nos convertiremos en sus victimarios y victimas a la vez. Es mejor cumplir con nuestro deber, que con el deber del otro, por más bien que lo podamos hacer.